sábado, 6 de junio de 2009

Te observas, desnudada ya por el pasar de los dias, ante el espejo del tocador y ves que tus pechos, pendiendo sobre una tripa un tanto hinchada, dibujan el exacto vacío que ocuparía la cabeza de un hombre, ahora que, tras lo sucedido, no hay ya ninguno; y te percatas de quan silencioso, como sin decir nada, ha pasado a traves de tí el tiempo.

Deseo

Ante el dolor... abrir las manos, enderezarte, despreciar tu cuerpo, rehuirte. ¿Cómo no creer, entonces, que tus organos no son más que un absurdo añadido a ti? ¿Quién tendría el valor para admitir que la carne es el sujeto del alma, en aquel mometo: con el dolor sobre tu piel?
Luego... el silencio; algo se escapa de tus manos; pasa y rehusa luchar. Olvidas.
¿Quién negará la vida, ahora?
La piel, abrechada, se mezcla contigo, y los nudos del porvenir levantan miedos sobre tu insuficiencia.
No llamaras. No lograrás mantenerte en pie.

martes, 2 de junio de 2009

En ausencia de José

Bajo el calor del verano, dos cuerpos se tocan. La distancia que los separa se acrecienta con el fluir del sudor sobre sus carnes. Vibra el público ensordecido.
Afuera, alguién protesta -¿quién podría abatir los rituales salvajes?-, intenta ordenar y distribuir aquello que acontece fuera de su presencia. Lógicamente, tal como es de esperar, en tanto que se atribuye el orden se observa como el primero del orden. Grita, algo debe parar. ¡Cuán silencioso resta ahora el límite vecino! ¡Cuán impotente deviene aquél que se a atribuido toda la potestad del ordenar!
En cuanto corte las orejas saldrá por la puerta grande, y él se lo mirará con furor. ¡No es más que uno contra seis!