Ninguna luz sostiene ya nuestros pasos
sobre el silencio que embadurnaba los viejos sueños que querían
llegar a serlo todo. Nuestras manos apenas pueden sentir el desajuste
de una distancia inexistente para el tacto. No quedan más nubes que
perseguir sobre este desierto apagado en el que se entremezclan
nuestras libertades con nuestras voluntades y se contradicen
incesantemente, no hay camino por el que no trazar una memoria y el
olvido absorbe, poco a poco, todos los días de nuestro perecer.
Quizá si fuéramos capaces de dar un paso adelante percibiríamos,
por un momento, los porvenires agotados que nos aguardan, que nos
esperan pasada ya la hora acordada, pacientemente, como, pacientes,
esperan los dientes a morder el polvo alguna vez. Sabes que no
estaba allí, contigo, aquél día; que mi transcurrir por tu mundo
había quedado atrás y, sin embargo, persististe en dejar abiertas
las heridas por las que solía pasar. No queda ya ninguna esperanza;
nos hemos dejado perder, otra vez y, con nosotros, todo se ha
perdido. Mañana, tras el amanecer, deberemos refundar el mundo, de
nuevo, y no seremos capaces de comprender qué sentido tenía nuestro
mundo de ayer, qué sentido tenemos ahora, aquí, perdidos entre el
fuego del atardecer (bonitas palabras... permítaseme algún tópico
que facilite la lectura; podéis descansar). ¿Habrá acaso mañana?
Mañana se desvanecerá, sin embargo, en el hoy, como siempre, y todo
quedará, como hasta ahora, por construir.
martes, 16 de julio de 2013
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