jueves, 29 de mayo de 2008

Decir

Cae la noche sobre el mar y, en la ciudad, todo descansa.

Las tenues luces de los faros, estrellas caídas, alumbran las callejas de un barrio cualquiera. Un gato salta de un contenedor a una jarra de cerveza, regando las resecas gargantas de los geranios que reposaban sobre las rotas jardineras. En la oscuridad de una habitación alguien susurra mientras lo acaricia una mano amiga.

Un coche cruza el silencio para callar y descansar en los muros de cada sol.

Muros que, sin percibirlo, son cruzados por un grito que despedaza la noche dormida llenando la oscuridad que se cernía sobre la ciudad. Desesperado grito que pronuncia aquello que nadie quisiera poder pronunciar, angustia perdida de algo largamente callado, dormido, obligado a esconderse.

Todo descansa en la ciudad al llegar esas horas en las que la oscuridad permite el paso del sigilo al estruendo tal cual si nada sucediera, como si nadie lo escuchara, y, sin escucharlo, olvidando el día, un hombre desciende las escaleras de la casa de la mujer cuyo nombre el grito pronunciaba mientras cesan los susurros.

1 comentario:

disfàgic dijo...

Espero que el teu silenci sigui tan lúcid o més que el callar de Wittgenstein. Quina poètica, quin parlar. Serà un blog molt agradable de llegir. Felicitats.