lunes, 21 de julio de 2008

Consumir

El silencio se llena por el roer de una mandíbula cuando la noche ha disimulado la forma de los cuerpos; momento en el que el dolor podría ser el placer o una flor silvestre en un prado de amapolas, de tan indiferenciado que estaría; y lo que llenara aquello que muerde podría ser, en un momento de olvido, la propia sangre del ahogado que, silencioso y sin hacer manifestación alguna de sí, grita y enloquece por y entre las cosas que lo señalan y lo hacen presente.
Tal vez, en esos momentos, solía haber, en los tiempos pasados, un excesivo consumo del flujo de vida; hoy en día, el ahogado fluye. Pero es entonces, en el centro de ese fluir, que se escucha, por las noches, el feroz mascar de unas mandíbulas que podrían ser tobillos o estomago, y por debajo de las puertas corre la sangre, y el ahogado despierta con el cuerpo lleno de urticaria y con sus tripas en su boca.

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