martes, 15 de julio de 2008

El ruido del mar

Tras cerrar los ojos, y como si la falta de luz fuera suplida por un extraño suspirar de olas repetidas, el recuerdo se posa sobre la ausencia de visión de tal modo que, al parecer, ves, repetida escena sobre escena repetida, un conglomerado de lo que fuiste o quisiste haber sido. Y preguntas "¿quizá... tal vez... mañana...?"
Pero lentamente, al cruzar unas vías nasales un tanto estrechas, el mar enfurece, estruendoso, contra las rocas y, en ese callado instante, ya no estas donde te ves:
Un árbol sobre la puerta de una casa anuncia cual campana que es hora de comer, mientras las setas focalizan la dirección de sus múltiples raíces sobre la mesa del comedor: tienen hambre y bueno fuera no tener que esperar, mas los días aún no están del todo hechos y es voz popular que crudos no saben a nada. Talvez ahora que recorre el aire una perdiz sobre los lomos de un transeúnte grisáceo que parecería ser un mapache de no ser por las negras ojeras que rodean su mirar, podría ser el momento de dejar cantar a Gizbo en la piscina mal que hayan tocado las doce. Entonces te levantas y tienes los ojos ensangrentados; ves sus pelos, sus ojos, sus sueños y recuerdas que no son los tuyos, bajas de la cama y tropiezas con una anguila asfixiada que dormía en el salón, es quizá el momento de volver; saltas sobre los retablos de una vieja iglesia perdida en los Pirineos y aprovechas sus maderas para hacerte un bate de béisbol: "total", te excusas, "si no se lo han llevado será porque no lo querrán". Gritas!, gritas!, gritas! y sus ojos te miran; míralo ahora, tan bien plantado, tan erguido, parece que este a punto d decirte "te quiero", de dársete en la ausencia de luz, más se desvanece, se deshace, se ahoga en un charco de sol, sobre tu cama.
Tras la ventana canta un ruiseñor.
Abres los ojos.
La tempestad ha terminado.

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