jueves, 24 de julio de 2008

Esperar nada (reflexión sobre "Penelope" de J.M. Serrat)

El sauce, ya sin hojas, descansa, a la espera, ahora, de nada, en la estación; mientras ella, joven como había sido, se despide de aquella primera voz que intentara recordarle lo que fue.
Como cada mañana –vestida de domingo, bolso al hombro y abanico en mano- se sentó sobre un banco en el andén y observó los trenes que al pasar escupían y absorbían gente que no esperaba nada. Mas, no era a ellos a quienes esperaba. No era, tampoco, y nunca nadie lo entendió, el amor lo que esperaba; ni tan solo esperaba ya a su amante - pero él tampoco lo comprendió.
Con la mirada perdida, el horizonte sobre sus pies y su andar casi de puntillas por un mundo que no es el que quería, que nunca fue el que esperara, aguardaba, cada día, hasta el anochecer, la partida de un hogar tan hecho ya, tan lleno de cosas que no dejaba espacio para quién no quisiera ser solo alimento de los trenes.
Y, con la esperanza marchita y la falta de decisión para actuar -¿qué hacer?- esperaba -espera aún- que un día parta el último tren, el último de todos aquellos trenes que una tarde plomiza de Abril devoraron a su amante. Alberga en ello la esperanza de que, quizá, en aquel momento, manifestar su fe fuera llenar nada: hacer. Entonces, se dice, con el caer de la noche, regresaría a su casa con el deseo de que, mañana, al llegar a la estación, no saldría ya ningún otro tren: Habría al fin espacio para la acción.

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